martes, 31 de marzo de 2009

El Cuy Mágico viaja a Piura


He pasado muchos días tristes, grises. Marzo ha sido un mes difícil, como enero, febrero y hasta los últimos días del casi olvidado diciembre.

Hasta ahora entiendo con certeza a qué se debe esa angustia que no logro aplacar, aunque intuyo que tienen una explicación en tu prolongada ausencia. ¡Varo, cómo te extraño!

Ni siquiera escucharte tantas veces hablar por teléfono me llena el alma. Muero de ganas por verte, apachurrarte, mirarte cuando duermes o cuando terminas dominado por tus detestables diablos azules. Quiero estar otra vez allí a tu lado, babeando al escucharte hablar con tu dejo piuranísimo…

Lo que más me ha impresionado en todos este tiempo distanciados, es saber que también me extrañas tanto como yo. Me partes el alma cuando me pides que vaya pronto, porque no tienes con quién jugar. Y, de paso, te compro las figuritas para el álbum de Dragon Ball Z que mamá se niega a comprar.

Mono de mi alma, te extraño muchísimo. No hay día en el que no dejé de pensar en ti. Y que bueno que juntos inventamos un juego para divertirnos parlando por el celular. Al igual que tú, yo también disfruto jugando al Cuy Mágico, cada tarde después del colegio.

No sé si hablaré igual que el gordote y peludo personaje, pero me encanta saber que la pasamos bien, inventando juegos divertidos.

Me encantó el otro día ver el Hombre Araña en simultáneo, comentando las partes más impactantes por teléfono y, en unos días, espero que vayamos al cine para ver Monstruos vs. aliens o la película que tú quieras.

Como te dije el domingo, estaré en Piura en abril. No mañana 1, sino el 9, aprovechando el fin de semana. Se que aun faltan algunos días, pero vamos, no te desesperes que pronto estemos juntos.

Por ahora la paso bien, pensando en que pronto llegará nuestro reencuentro, para entre otras cosas, jugar y jugar…Solo espero que esta vez no te piques si es que yo gano.

Si estoy triste o “con la galleta baja”, me vacilo con tus ocurrencias. No paro de reír recordando tu inaudita respuesta cuando te anuncié que a las 6 de la tarde del domingo jugaba Perú con Chile. “¿Y a quién le importa?”, respondiste con total autoridad. Parecías un viejo curtido con tanta derrota…

Si pues hijo, tenías toda la razón del mundo, no valía la pena perder el tiempo, viendo un partido tan humillante.

Te llamo en la tarde para saber como te fue y, claro, que hoy también jugaremos al Cuy Mágico, a quien pronto tendrás muy cerca.

Te amo Mono.

viernes, 21 de diciembre de 2007

¿Nos parecemos?




No fue lo que esperaba, pero ni modo, terminé emocionado. Ya sé que es cursi una graduación al culminar Inicial (en mis tiempos no había esas cosas), pero el hecho de ver a nuestros hijos dar sus primeros pasos en la vida, nos hace derretirnos, gastando –a última hora- más de la cuenta para que el día no pase como cualquier otro.
La emoción de Álvaro se fue jugando con sus amigos y su sonrisa se borró cuando se sacó el ancho por andar corriendo como loco en los momentos previos a la ceremonia. Terminó llorando, con la profesora a sus pies, frotándole crema para aliviar el golpe. Después del susto, vinieron varias escenas de nervios porque mi engreído retoño sentía que no podía con el birrete.
Quería que se la ajusten y cuando encontraba la forma de que permanecería inmóvil en su cabeza, renegaba porque le apretaba y así varias veces me tuvo a sus órdenes. Cuando cantaban el himno, abandonó su lugar de graduado, se me acercó y me dijo con cara de stress que le picaba la cabeza. Se la sacó, se rascó y continuó con el birrete en la cabeza en su lugar. Incómodo hasta por sus pelos.
Me reía y a la vez me traumaba al verme reflejado en él. Somos igualitos, nerviosos y paranoicos. Cuando lanzaron los birretes, pensé encontrarlo feliz, por eso me esforcé en tomarle una buena foto, pero oh sorpresa, salió enojado, con cara de pánico, mientras sus amigos estaban en todo el vacilón. ¿Dónde está mi gorro?, me pregunta al borde del llanto. ¿Quién lo entiende, quién me entiende?
Así somos, padre e hijo, pensaba mientras evitaba escuchar los bobos discursos de las misses y de la directora. Los niños también estaban aburridos, esperando la hora de quitarse la toga y salir corriendo a jugar como lo han hecho todos los años, a la hora del recreo. Las pocas fotos que logré sacarle a Álvaro, fueron segundos fugaces, después de súplicas. ¡¡¡Sonríe, por favor!!! Te prometo que es la última y va para tus abuelitos.

No más
En el recuerdo del colegio Álvaro ha dejado sentado que le gustan los Transformes, que quiere ser bombero y que se muere por aprender a jugar básquet. En la foto que se le tomó para el recuerdo, previa a la cursi ceremonia, aparece, con un gesto de molestia. Raro en él que es más figuretti que su padre (en eso si marcamos la diferencia).
El hecho de fondo es que terminó su paso por ese colegio. No más molestias, no más horrores ortográficos en las tareas ni celebraciones por el cumpleaños de la Barbie ni otra estupidez similar. Por ahora disfruta de vacaciones largas y dudo que entre a la academia de su nuevo colegio, pues está bien cara. Así que por ahora sólo tiene tiempo para la diversión, pero no creo que por mucho tiempo, pues algo tendrá que aprender en este largo periodo de vagancia. ¿Me ayudan con sus propuestitas? Me sobran buenas intenciones, me faltan dólares y soles también…

jueves, 6 de diciembre de 2007

Martes de miércoles

El martes fue un día de miércoles. Mi ira tocó el cielo y lo peor de todo es que estaba a punto de meterlo a la ducha con uniforme y hasta agarrarlo a cachetadas, pero cuando lo tenía en mis manos, lejos de empezar la veteada perfecta, me fui desinflando como un globo picado.
Le lavé la cara hasta tres veces (no sé para qué), pero lo hice pensando que así se calmaría y dejaría esa maldita manía de gritar para pedir algo y terminar llorando cuando no hacen lo que él quiere. Luego lo lleve al cuarto, porque si bien se había salvado de la paliza, no podía dejar de castigarlo.
Aunque nunca le he pegado, Álvaro esperaba golpe. Me lo decía en su mirada de pavor, dando vueltas en busca de su salvadora (su madre). No le pegué pero le di durísimo cuando rompí en mil pedacitos dos de las tres figuritas del álbum de los Pokemón que le faltaban pegar, porque creí que era hora de castigarlo con lo que más le gusta (nunca antes lo había hecho. En serio).
Siempre es lo mismo. Mil veces le he explicado que no se grita, pero levanta la voz todos los días con la abuelita, con sus papás y con todo el que se le cruce en el camino. Le pedí otras mil que deje de escupir como cualquier niño corriente de barrio, pero lo hace una y otra vez en la casa o en la calle, entre otras más…
La historia empezó después de recogerlo del cole, un martes cualquiera. Lo sorprendí ofreciéndole cerca de 30 figuritas de pokemones para su álbum y pensé que lo hacía feliz hasta que empezó a renegar. Estaba molesto porque –para variar- no encajaban en los cuadros asignados para cada gráfica y empezaba a estresarme con sus alaridos de siempre hasta que de tanto quejarse terminó por romper una de las maltratadas hojas del álbum. Al borde del llanto fue a pedirle a su abuela en la cocina que le consiguiera cinta adhesiva, pero no le entendía y entonces empezó a gritar más fuerte hasta sacarme de cuadro. Fue allí cuando reaccioné, me acerqué con pose de malo y lo llevé del brazo al baño.
Después de la reñida, le enseñé a escribir y a leer sus cuatro pecados, para que no vuelva a cometerlos y reiteré mis amenazas. Él parecía entender lo que le decía, aunque no estoy seguro del todo.

Crisis de padres
Lo peor vino después. Estaba casi convencido que había actuado bien, pero me sentía mal, muy mal y lo que quería hacer es ir corriendo a buscarlo, darle un abrazo y pedirle perdón por haberlo reñido. No crean, era conciente de mi estupidez, pero no podía sentirme bien y hasta pensé en ir a comprarle las figuritas y ‘reparar’ el daño.
Al final del día me convencí –a la mala- que debía mantenerme firme y dejarme de engreimientos. Y así fue. El miércoles lo encontré sedita, pero cuando menos lo esperaba volví a escuchar un grito así que reaccioné de inmediato. Volteé mi cara y le clavé una mirada matadora, sólo para recordarle lo hablado.
Aunque me duele ser el malo de la película, sigo en mi trece y desde aquel martes de miércoles, Alvarito no vuelve a portarse mal, pues ya está advertido que será castigado con grado o fuerza. Así vuelva a enfrentarme a mí subconsciente que me exige ser un padre consentidor.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Profesor 'cama adentro'

Estos últimos meses del año siempre terminan siendo intensos, sobretodo a la hora de hacer las tareas con mi retoño. Y es que parece que los profesores de ahora prefieren dejar sus obligaciones a los padres, quienes debemos estirar el tiempo como chicle para cumplir con el trabajo, las obligaciones y las mil tareas que dejan para la casa.
Cada tarde es un martirio, porque el poco tiempo que dispongo para pasar con mi hijo se va en hacer tareas. Por eso Álvaro me abre la puerta de la casa con rabia, pues sabe que papá llega sólo a ordenar y exigir que cumpla con el encarguito de la miss del aula de 5 años. Peleitas y juegos en el parque quedan de lado…
Lo peor que he experimentado es que no sólo hay que guiarlo a hacer las tareas, una tras otra, sino que además, debo enseñarle a leer y a escribir, porque “el niño mejorará su desempeño, si es que los padres se lo exigen en casa”. ¿Entonces para qué miércoles mando a mi hijo a un colegio particular?
Debo descontar todos los meses una buena tajada de mi sueldo para el colegio, pero que igual te obliga asumir un rol casi de maestro sustituto, porque las misses están empecinadas en dejar mil tareas para que resuelvan con sus padres con la paciencia y el tiempo que muy pocos disponemos. Grrrrs….

Absurda idea
Escuché hace poco a una profesora decir que es absurdo cargarlos de tareas que a la larga terminarán haciendo sus padres por no quedar mal con la maestra. Y razón no le falta. Las veces que no puedo ir a verlo, su mamá termina pintando, haciendo la caligrafía y recortando figuritas con algunos errores, para que la miss no se de cuenta…
Las cosas son claras, los profesores deben aprovechar el tiempo en el aula para hacer todas los ejercicios que sean necesario y llevar sólo a la casa algo para reforzar; pero no cargar a los padres, quienes en muchos casos terminamos enviando a los hijos donde un profesor particular, porque no queda otra.
La peor responsabilidad que he recibido este año es la de hacerlo leer a mi hijo, cuando creo que esa es obligación del profesor. En las vacaciones de medio año, la profesora lo mandó con unas fichas para que practicara con los papás sílabas que a penas conocía, pero querían que hiciéramos el milagro de que en un par de semanas los volvamos lectores de palabras simples.
Ahora cuando apenas quedan dos semanas para el final del año escolar, quieren que lean, escriban, sumen, resten, entre otras metas que creo que sí se pueden lograr con tiempo y verdadera dedicación a cada uno de los estudiantes. Álvaro, a sus seis años, está a punto de graduarse con toga y un birrete que con las justas le entrará en esa cabecita cargada de conocimientos de última hora.

lunes, 24 de setiembre de 2007

¿Estamos entrenando asesinos?


‘Aquí se forman a los futuros delincuentes y pandilleros’. Ese debería ser el cartel que tendrían que colgar en las cabinas de Internet del mercado o de cada urbanización o de asentamientos, donde niños de todas las edades se gastan sus propinas jugando a matar con el famoso Counter Strike (Contrataque) u otros programas de entretenimiento virtual donde la sangre fluye en medio de tiroteos como de esa realidad que evitamos ver.
El objetivo es matar y cuando se logra la víctima termina tendida en un charco de sangre en el mejor de los casos o con el cuerpo mutilado después de estallar una bomba, como en aquellas escenas funestas de los años del terrorismo o esos crímenes que nos escarapelan el cuerpo y que evitamos que nuestros hijos vean en la televisión.
En esta guerra sangrienta con filudos cuchillos o potentes armas de fuego, los filtros no cuentan y nadie hace nada para evitar que los niños afinen su puntería contra los terroristas que aparecen en pantalla dispuestos a destruir objetivos específicos. En estos juegos en red, los niños se encuentras desprotegidos, lejos de la mirada desconfiada de los padres, alimentando su alma de la violencia.
“Estos juegos tienen unas connotaciones muy nefastas, muy dañinas para el niño”. El médico especialista en Neurología, Javier Cabanyes Truffino indica que a través de este pasatiempo, el menor termina metido en “un estilo de vida en el que la violencia forma parte connatural de su modo de existir, no es algo que ocurre de vez en cuando y que deba lamentarse, sino que está dentro de mi modo de funcionar”.
Cada tarde su hijo, incluso el de 5 años, se despoja del uniforme de colegio, se pone chaleco antibalas, pasamontañas, dos granadas a un costado y un cuchillo para situaciones extremas. En la mano escoge el arma perfecta para aniquilar al enemigo en un dos por tres, como el más sanguinario agente antiterrorista.
El niño, al ser el personaje principal en un juego de contenidos violentos muy altos, va generando en el fondo la idea perfecta de que la violencia es algo normal y que sucede a su alrededor. “Se está educando a los niños con la idea de que la violencia lo resuelve todo. (…) Estamos generando unos ciudadanos que van a destruir la sociedad”.
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Mensaje claro
En estos casos, la actuación de los padres es fundamental. Empezar por poner los límites, pero siempre con un por qué y un para qué, caso contrario acabaremos causando más problemas que beneficios. “En una buena educación un mensaje claro y rotundo es que la violencia hay que desecharla”, advierte Cambayes.
Un niño que dispara a matar en el video juego, llega a considerar que es una estrategia importante en la solución de problemas, entonces cuando se encuentre en una situación conflictiva, lo más probable es que él se enfrente así. Y no es juego ni pasatiempo inofensivo.
“El niño estaba en un plan lúdico en el que ya se está planteando que la vida se resuelve a base de violencia y que no hay en el mundo ningún motivo para no respetar la vida. Suma puntos”.
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Son un riesgo para la sociedad
Cabanyes cuenta el caso de un niño que viajaba en el carro junto a su padre. En el camino, el niño se la pasó simulando disparos con la mano y haciendo ruidos con la boca. El hombre avanzó conversando con su amigo, sin presentar mayor interés en el ‘inocente’ juego del niño. El semáforo marcó rojo, el auto paró y el niño hizo el ruido de cuatro disparos apuntando a una anciana que cruzaba la pista. Sorprendido interrogó a su hijo, quien con total naturalidad le confesó que por matar a una vieja ganaba cuatro puntos en su videojuego favorito.
“Estamos educando mal a la gente, es un riesgo enorme para la sociedad, se está convirtiendo en un conjunto de personas que conviven más o menos mientras no hayan intereses encontrados y si los hay se resuelven a base de violencia”, comenta preocupado por esta situación.
Quizá los padres no se preocupan en poner frenos a los juegos violentos, porque tienen una idea equivocada. Se cree que los delincuentes nacen porque la vida le ha llevado a eso. “En algunos casos ha podido ser, una persona que ha vivido en un contexto de muchas carencias y la única manera de sobrevivir ha sido entrar a la delincuencia, pero lamentablemente lo que estamos viendo es que ahora la sociedad está aportando una serie de mensajes que son claramente disociales, en el sentido de que cada vez hay un respeto menor a la otra persona”.
Además, indica el médico español, hay una realidad que ha ido perdiendo principios y valores. “Cada uno los pone a su gusto y antojo”, pero además el esquema de funcionamiento solo tolera a los demás en la medida que le sirvan de apoyo, “pues en cuanto me molesten y no me sirvan de apoyo, acabo con ellos”.
Si el niño no configura sus patrones de conducta moral y el contexto cultural no contribuye al establecimiento de esos principios y valores, se van estableciendo esos principios morales de funcionamiento, pues los otros no existen Así, añade Cabanyes, “estamos creando generaciones de gente claramente disocial, que son delincuentes…”.
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¿Absolutamente corruptos?
Los riesgos que hay de que un niño acabe teniendo conductas delictivas dentro de unos años son altos. Pero insisto nunca podremos decir que cien por cien ese niño va a acabar de ser un delincuente, porque hay miles de otros factores. (…) el ser humano como es libre, pues también se puede replantear si hay otras razones”.
Esto se explica, en cuanto el ser humano no está absolutamente corrupto sino que hay un núcleo de bien y de verdad que es incorruptible, pues si esa persona se para un ratito a considerarlo, va a rectificar su rumbo de vida, al darse cuenta que lo que está haciendo no es bueno ni tampoco le satisface y le hace bien. Está claro que ese contexto va a ser muy negativo, pero tenemos que intentar a evitarlo.

sábado, 18 de agosto de 2007

Pequeños de plomo


Tener un juguete Fisher Price es un lujo. Álvaro ha pasado sus primeros años jugando con varios de estos juguetes (la mayoría de ellos regalados). Una que otra ocasión especial hice un esfuerzo por comprarle uno porque me parecían buenos hasta que hace unos días atrás leí que eran elaborados con productos tóxicos, tal cual como esos millones de juguetes mal hechos que se venden por montones en el mercado.
Me sentí burlado y lo primero que se me ocurrió pensar es cuánto daño le habrán hecho a mi hijo esos benditos juguetes que ingresaron con el fulminante plomo a casa, sin que alguien nos advirtiera del peligro. Hablan sólo de un lote, pero ¿será así? Yo la verdad que tengo mis dudas y por supuesto me las tendré que tragar, porque nadie me ayudará a resolverlas…
Si tanto peligro representan los juguetes de Fisher Price, te imaginas como será con aquellos juguetes que se venden por docenas en el mercado para rellenar piñatas y regalar en los cumpleaños. A propósito de eso ¿cuánto plomo habremos ingerido en nuestra chiquititud? En aquel entonces nadie se preocupaba por eso y bien lavaditos, los juguetes del mercado y de las tiendas de lujo terminaban siempre en nuestras bocas. ¿Seremos niños de plomo?

miércoles, 25 de julio de 2007

El poder del ¡carajo!


De vez en cuando les cae bien. En estas tres últimas semanas he tenido que soltar un sonoro carajo. Firme y decidido he puesto en su lugar a Alvarito, quien parece tener toooodas las ganas de joder a su padre, mientras intenta disfrutar su largo mes de vacaciones.
Y es que hay cosas que ni qué. Más de una vez le he explicado que las paredes no se rayan y apenas termino de decirlo, lo encuentro ensayando un triangulo amorfo en la pared de mi cuarto. Se la perdone a la primera. Me trague la ira y me felicite (para mis adentros) por haber actuado con madurez y evitar (al menos por una vez) no lanzar ajos y cebollas.
Es hora de hacer las tareas. Vuelve a coger el bendito lápiz y a escribir “Piura-Perú”, una y otra vez. Mientras el avanza con su tarea, yo me lavaba la cara en el baño. Estaba tranquilo, relajado hasta que de una me saco todos los ajos reprimidos. ¿Pero que no entiendes? ¿Cuántas veces te tengo que decir que eso no se hace?
No solo esta vez quiso decorar la mesa con un dibujo, sino que el día anterior intento plasmar una obra de arte en la percudida pared de mi cuarto con sus manos bañadas en chocolate. Que joda, pienso mientras intento poner en su sitio a mi chibolo. No contento con ello hoy manchó la pared con la crema de la torta que le compré.
Uno se propone a ser buen padre, a no decir malas palabras, pero cuando te sacan de cuadro, te olvidas de todo y simplemente actúas. Y vaya que Álvaro entiende perfectamente el significado de la palabrita mágica. Ensaya una excusa y antes de balbucear su rollo rompe en llanto, mientras yo sigo imparable gritando las letanías.
Lo más triste viene después cuando te arrepientes de haber lanzado la palabrota, pero ya no hay marcha atrás y aunque no de la mejor manera logras tu cometido. El termina sedita; te muestra mil sonrisas. Con besitos y caricias, me vuelve a engatusar y me hace olvidar la travesura que me convirtió –por unos minutos- en el increíble Hulk.
Y es que a mí –como a todos- nadie me enseño a ser papá0 el ejemplo más cercano que tengo es a mi viejo, quien también estallaba de la misma forma, cuando yo y mis hermanos lo sacábamos de quicio. ¿Será que aplico las formas de éxito para imponer la autoridad?
Más de una vez he escuchado decir que los hijos se las saben todas. Y en estos casi seis años, he comprendido que las cosas son así. Pero no todo queda en ajos. Antes y después de lanzar la lisura, uno analiza el comportamiento del retoño, pues es difícil pensar que solo lo hace por joda.
A veces tengo la ligera impresión que de esta manera trata de llamarnos la atención y que espera, al final de su conejada (por no decir otra cosa), escuchar la palabrita mágica y contemplar a su padre con los cachetes inflados de cólera. No se realmente que sensación experimenta, pero parece que pese a su cara de pavor, disfruta el momento. Por eso lo repite y yo vuelvo a caer en su juego. ¡Pierdo el control!