viernes, 15 de junio de 2007

El mejor regalo para mi viejo...


¿Qué haré con un torete? En el supermercado que acabo de comprar lo justo y lo necesario para subsistir en los próximos días me han regalado tres cupones para participar en el sorteo del Día del Padre, que tiene como único premio un semental. ¿A quién le puede alegrar recibir un torete de regalo? Igual lleno mis cupones y los deposito. Si me lo gano lo vendo, pienso con un tufo de escepticismo.
Tres días después pasé por el market de la competencia, más pequeño pero con los precios desbordando de los estantes. Allí nada más y nada menos prometen a los 'viejos' una computadora portátil. Para un padre como yo –misio, que pasa gran parte del día frente al ordenador- el regalo es el ideal; pero como sólo compré unos tarros de leche no me dieron ni un puto cupón. Tendré que seguir soñando con mi laptop.
Álvaro apenas tiene cinco años así que mejor ni alucionarse en recibir un regalo como el que me hace falta. Su vieja me ha preguntado qué espero de regalo y mi mamacita linda me ha anunciado que anda cero balas, con lo cual sólo debo esperar saludos forzados y uno que otro sincero…de allí a seguir chambeando. Total no es el primer año que este domingo pasa desapercibido.

Sorpresas te da la vida…
Casi convencido de que ya estoy bien viejo para los regalos (este año cumplo 30 :$), hoy recibí una gran sorpresa. Me fui al colegio para “celebrar” mi día en el salón de clases de mi cachorro, junto a sus compañeritos y otros papás. Llegué 10 minutos tarde para parecer monse y me senté con Álvaro en una diminuta silla.
Su cara de emoción me conmovió. Con sus gestos de orgullo me presentó ante sus amigos como Superman, cuando las diferencias con el superhéroe, son una gran cantidad de rollos de grasa. Él feliz con su viejo pelao y gordo, se paró y me cantó –como nunca- una canción en inglés. ¡Qué loco!
Ha hecho embolilladitos de papel crepé sin renegar en la divertida clase con papá. Se manchó las manos de tempera y estampamos nuestras manos en una postal gigante y nos matamos de la risa, como si hubiéramos hechos una travesura. Me preparó un retrato de cartón –en el que aparecemos los dos- que está chévere y que lo colocaré en mi habitación. Un abrazo, una oración sincera, ¿qué más puedo pedir?
Me vacilé como nunca. Creo que fue el mejor regalo y más bien me he sentido en deuda como mi cachorro. Mientras escribo pienso en los grandes regalos que deberé darle en los próximos meses- sin descontar los muñecos que debo de comprarle por su cumpleaños, las más de cien figuritas del álbum del Hombre Araña que le faltan, los cuentos de cubitos y las entradas del cine con pop corn incluido para ver Shrek Tercero.
Álvaro me ha recordado que con instantes de cariño y minutos de diversión uno puede hacer feliz a quienes ama. Me propuesto como primer paso comprarme una cisterna de paciencia para guiarlo a la hora de hacer las tareas y una gran dosis de adrenalina para estar siempre listo para jugar a los Power Ranger, así termine noqueado, con moretones por todos lados. Correré con él, aunque me pese la panza y las ganas me falten.
Mi cachorro me ha recordado que uno no es papá para recibir regalos, sino para encaminarlos en este mundo que aun les cuesta comprender. La retribución son esos instantes que te dan día a día y te llenan la vida de esperanza, aun cuando otros intentan robarte la sonrisa y joderte más tus días…