miércoles, 25 de julio de 2007

El poder del ¡carajo!


De vez en cuando les cae bien. En estas tres últimas semanas he tenido que soltar un sonoro carajo. Firme y decidido he puesto en su lugar a Alvarito, quien parece tener toooodas las ganas de joder a su padre, mientras intenta disfrutar su largo mes de vacaciones.
Y es que hay cosas que ni qué. Más de una vez le he explicado que las paredes no se rayan y apenas termino de decirlo, lo encuentro ensayando un triangulo amorfo en la pared de mi cuarto. Se la perdone a la primera. Me trague la ira y me felicite (para mis adentros) por haber actuado con madurez y evitar (al menos por una vez) no lanzar ajos y cebollas.
Es hora de hacer las tareas. Vuelve a coger el bendito lápiz y a escribir “Piura-Perú”, una y otra vez. Mientras el avanza con su tarea, yo me lavaba la cara en el baño. Estaba tranquilo, relajado hasta que de una me saco todos los ajos reprimidos. ¿Pero que no entiendes? ¿Cuántas veces te tengo que decir que eso no se hace?
No solo esta vez quiso decorar la mesa con un dibujo, sino que el día anterior intento plasmar una obra de arte en la percudida pared de mi cuarto con sus manos bañadas en chocolate. Que joda, pienso mientras intento poner en su sitio a mi chibolo. No contento con ello hoy manchó la pared con la crema de la torta que le compré.
Uno se propone a ser buen padre, a no decir malas palabras, pero cuando te sacan de cuadro, te olvidas de todo y simplemente actúas. Y vaya que Álvaro entiende perfectamente el significado de la palabrita mágica. Ensaya una excusa y antes de balbucear su rollo rompe en llanto, mientras yo sigo imparable gritando las letanías.
Lo más triste viene después cuando te arrepientes de haber lanzado la palabrota, pero ya no hay marcha atrás y aunque no de la mejor manera logras tu cometido. El termina sedita; te muestra mil sonrisas. Con besitos y caricias, me vuelve a engatusar y me hace olvidar la travesura que me convirtió –por unos minutos- en el increíble Hulk.
Y es que a mí –como a todos- nadie me enseño a ser papá0 el ejemplo más cercano que tengo es a mi viejo, quien también estallaba de la misma forma, cuando yo y mis hermanos lo sacábamos de quicio. ¿Será que aplico las formas de éxito para imponer la autoridad?
Más de una vez he escuchado decir que los hijos se las saben todas. Y en estos casi seis años, he comprendido que las cosas son así. Pero no todo queda en ajos. Antes y después de lanzar la lisura, uno analiza el comportamiento del retoño, pues es difícil pensar que solo lo hace por joda.
A veces tengo la ligera impresión que de esta manera trata de llamarnos la atención y que espera, al final de su conejada (por no decir otra cosa), escuchar la palabrita mágica y contemplar a su padre con los cachetes inflados de cólera. No se realmente que sensación experimenta, pero parece que pese a su cara de pavor, disfruta el momento. Por eso lo repite y yo vuelvo a caer en su juego. ¡Pierdo el control!